Ese gran edificio.
La convivencia en nuestro querido INEF se organizaba como si de un gran
edificio se tratara. Los diferentes pisos se corresponden con el elemento
aglutinador por excelencia: las promociones. Un edificio de convivencia de
siete plantas en el que, si nos colocamos en el cuarto piso, tenemos una
perspectiva muy completa de todas las promociones con la que hemos convivido a
lo largo de nuestra estancia en el Centro.

Pero las plantas no eran el único elemento de conexión entre los que residíamos
en el edificio. Existían otros lazos, que permitían la comunicación entre
plantas. El deporte que practicábamos, las afinidades culturales, la planta de
la residencia que nos tocó en suerte u otras actividades que fueron surgiendo
con el tiempo. Escenarios que permitieron tejer una fructífera red de
relaciones entre todos los que coincidíamos en el tiempo durante aquellos
maravillosos cuatro años.
En mi caso, esos cuatro años se dilataron un poco. Cuando nuestra promoción
se preparaba para iniciar tercero, yo me quedaba anclado en segundo con cuatro
asignaturas pendientes, todas teóricas, es decir nada que no se pudiera superar
con un poco de estudio. Aun así, por diversas circunstancias, incluido el
pequeño detalle de contraer matrimonio, estuve un par de años entretenido hasta
engancharme, finalmente, con la novena promoción. Si bien, con la esta
promoción de adopción tuve y tengo muy buena relación, creo que aquellos dos
primeros años tienen, para mí, una connotación especial.

Así pues, he tenido la inmensa fortuna de pertenecer a una magnífica
promoción, de ser adoptado por otra dos años más tarde y, mientras tanto, haber
disfrutado de mis conexiones entreplantas: con mi gente de balonmano, muy
presente en todas las promociones, con gente de voleibol con los que, incluso,
llegue a jugar dos campeonatos de España universitarios, con el grupo del
desfile de modelos de Jesús del Pozo, con los compañeros de bobsleigh durante
toda una temporada de invierno, con el grupo de amantes de la música y la
cerveza en aquellas interminables sesiones en la sala de música cercana al bar,
con los compañeros de la planta 1 del pabellón D de la residencia y, de manera
muy especial, de mi amigo y compañero de habitación, Marcos. Y muchas más
conexiones que no caben en esta pequeña reflexión pero que están perfectamente
custodiadas en mi mente y que mis sentimientos afloran en innumerables
ocasiones.
No se puede pedir más. Gracias, compañeros.
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Y los que no vivíamos en la Residencia la escalábamos |
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