Atentos a la deliciosa historia que nos cuenta Alberto Angulo, y de propinas algunas fotos inéditas del archivo de Miró Peiró. Por supuesto está recogida en el libro del grupo.
Un caso que me hizo dudar.
En el INEF aprendimos que ante todo éramos educadores y que el movimiento era una buena herramienta para el desarrollo y el crecimiento de la personalidad. Por eso, después de una incursión en el negocio de los gimnasios, como después del INEF yo había estudiado fisioterapia, acepté el desafío de trabajar en una institución pública para de devolver la movilidad a quienes, por una razón u otra, la habían perdido o estaba deteriorada.
El caso que me cuestionó fue el de un niño de con cinco o seis años que presentaba problemas de comportamiento y había sido condenado por sus padres a la inmovilidad, encerrándole e incluso atándole a una silla, por lo que la única forma que conocía de desplazarse era arrastrándose. Cuando se conoció el caso, a los padres les quitaron la custodia y a mí me encomendaron la tarea de recuperar, en lo posible, su capacidad de caminar. ¡Y vaya si lo hice bien! Al acabar el curso era capaz de desplazarse.
El caso es que aquel niño, con su
capacidad recientemente adquirida, dueño de su movimiento, pero ignorante del
mundo que lo rodeaba, trepó a una ventana del sexto piso de su casa de acogida
y se precipito al patio. Por suerte las cuerdas de los tendederos amortiguaron
su caída y no se mató. Cuando empezó el curso el niño volvió a mi tutela para
continuar su aprendizaje pero a mí me invadía una sensación confusa sobre el
valor del movimiento si no le acompaña el conocimiento o, al menos, el sentido
común. ¿Para conseguir la normalidad de alguien a quien se le ha privado de un
desarrollo equilibrado, es suficiente con recuperar el movimiento? No es fácil
ser educador.
Y ahora fotos del archivo de Jaume Miró Peiró
Las fotos no siempre muestran la realidad ¿Cuál de las dos es la situación real, dónde estaba la moto?
Y una de Díaz Pérez que no se esperaba
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