sábado, 13 de mayo de 2023

Tomás Peire y Jaume Miró

 La avalancha de nuevas amistades

(El texto es de Tomás Peire y las fotos de Jaume Miró Peiró. De estas he elegido las que yo no había visto nunca y creo que vosotros tampoco)

Si alguien me preguntará: ¿Cuál es el recuerdo más intenso de aquellos cuatro años? le diría que no iba a ser posible citar uno. Pero si insistiera le respondería enlazando sensaciones e impresiones que, aun sabiendo que no son todas, se me vienen a la memoria sin necesidad de pensar mucho.

La inmersión en un entorno y un sistema increíble, inesperado. La vida social, académica y deportiva en el confortable y deseado entorno del INEF, en su residencia, en las aulas, en las pistas, en la biblioteca. El aterrizaje en otro planeta, en otra dimensión. Fue como un sueño.

El descubrimiento y la admiración por la personalidad y el trato de José María Cagigal y las enseñanzas que recibimos de él. Época de protestas, de huelgas y encierros de manifiestos y asambleas, que nos hicieron mejores. Con Cagigal de paciente mediador, en interminables reuniones negociadoras en su agradable despacho, que obligatoriamente acababan media hora antes del comienzo de sus clases, margen indiscutible que él exigía para poder centrarse y preparar los temas académicos de cada lección.

El reconocimiento del esfuerzo del profesorado. Admirado y cuestionado, que de todo hubo. Pero finalmente inspirador y conductor del descubrimiento de nuestra profesión, la que cada cual hemos construido y desarrollado, con nuestro esfuerzo, pero sin dejar de valorar el impulso extraordinario e imprescindible que nos aportó el brillante equipo profesoral que tuvimos.

La avalancha de nuevas amistades. Muchas amistades de golpe. Desde el primer día de clase. Compañeros de los archipiélagos, del centro, del norte y del sur, del este y del oeste de la península, con estilos, costumbres e idiosincrasias infinitas. ¡Qué sorpresa y qué difícil y enriquecedor el reto de entenderse con todos! El descubrimiento de compañeros singulares y especiales, chocantes. El proceso de tejer estas amistades a través de la convivencia diaria: en clase, en el comedor y la cafetería, con juegos, sesiones de estudio, intercambio de apuntes, viajes, juergas, ¡partidoooos! Y, sobre todo, con la intuición de que algunas iban a ser amistades para siempre.

La pérdida temprana, inesperada y traumática de amigos. Las primeras pérdidas de amigos. Esos son los impactos más difíciles de olvidar. Los que no hay que olvidar.



Los ajustes para la vida adulta. El acceso progresivo pero definitivo a la independencia y la autonomía. La necesidad de la comprensión y la aceptación de los límites personales. La regulación de los aciertos, los excesos y los defectos propios. La necesidad de administrar la propiedad y los recursos colectivos, de todo tipo. El perfilado de nuestras ilusiones, deseos y ambiciones profesionales.

Los estímulos políticos y sociales. El despertar de la conciencia social. La vivencia de un momento histórico, el final de la dictadura. Años cruciales que vivimos en la ciudad que era el foco vibrante que irradiaba la recuperación de la libertad en todo el país.

Y otro despertar. El descubrimiento de la riqueza de la diversidad y la atracción por la cultura y el arte. El cine, la música, el teatro, los colegios mayores, la Latina, San Blas, Moratalaz, Moncloa, todo Madrid, entonces y siempre.

El placer de la adquisición de conocimientos, el placer de progresar, de saber algo, de saber más, principalmente de todo lo que tenía que ver con el ser humano, con la Educación Física y con la educación en general.

La comprensión e identificación seria y profesional del valor del deporte como una actividad humana de trascendencia de primer orden, manifestación poliédrica de aristas cortantes y peligrosas, y de caras amables y edificantes. Cagigal dixit.

Y al final, la pena y la nostalgia de las despedidas, del adiós a los amigos, del cierre de una fuente inagotable de sorpresas, de sustos, de alegrías y de satisfacciones. El final de nuestra vida universitaria y de una época que sabíamos irrepetible.

Y progresivamente, inevitablemente, nos llegó el vértigo. El vértigo que sentimos en el verano del 77. El vértigo y el estímulo del cambio. Del salto a una vida nueva que se nos venía encima y que cada quién debería enfocar a su manera, sin el acompañamiento, ni las facilidades ni la protección disfrutadas durante los cuatro años de nuestra súper-vida en el INEF. Probablemente los cuatro mejores años de nuestras vidas.

Agradecimientos a nuestro querido INEF, perfecta plataforma para el despegue personal y profesional, que nos catapultó, a toda vela, a todos nosotros hacia el futuro.

Todo esto y mucho más ha sido para mí la influencia del INEF, en connivencia con la fuerte, veloz, flexible, ágil, potente, resistente y divertida 7ª Promoción, que ahora está a punto de celebrar sus 500[1] años de singular existencia.

 


 



[1] En el texto original dice 500 años. Si lo dice Tomás, ahí estaremos..

 

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