jueves, 15 de septiembre de 2022

Antonio Sogorb en los años 60

Quienes éramos y como llegamos a la 7

Estudié, en la década de los 60, en los Jesuitas, La Inmaculada, que era un centro de élite de Alicante con excelentes instalaciones deportivas, todo un lujo al que pude acceder gracias a una beca para chicos sin recursos económicos.

El deporte rey en ese colegio era el Atletismo y, desde los once años, en él centré mis esfuerzos sin olvidarme del rendimiento académico ya que debía superar un ocho de nota media o debería abandonar el colegio. Practicaba todas las pruebas y me especialicé en pruebas combinadas. Pero a los catorce años dejé de crecer, no pasaba de uno setenta y evidentemente saltar uno setenta y tres con mi estatura ya era toda una proeza entonces, pero no aumentarla me impediría mejorar, lo mismo ocurría con las vallas, ya que en juveniles resultaba muy complicado pasarlas en lugar de saltarlas, cuando me llegaban casi por el pecho. Pese a mis limitaciones, mi espíritu competitivo compensaba en muchas ocasiones la superior talla de mis rivales. Tuve los récords provinciales, desde alevines a juveniles, en pruebas combinadas, triatlón, tetratlón, exatlón y octatlón. Alicante era tierra de tradición de balonmano y a los trece años entre a la disciplina del Obras del Puerto, donde continué, alternando con el Atletismo escolar, hasta mi marcha a Madrid.

Mi intención, y el deseo de mi familia, era estudiar medicina, aunque las pruebas psicotécnicas a las que me sometía año tras año en mi colegio indicaban que mis condiciones, curiosamente, se amoldaban más a tareas como piloto o profesor. Un C.I. de 139 y las notas medias, me otorgaban suficiente margen como para elegir lo que quisiera estudiar y en ello estaba durante el curso de COU en 1972, cuando descubrí que existían unos estudios de Educación Física, que no dependían de la Falange ni del Movimiento y se me metió en la cabeza, muy a pesar de mi familia, que el INEF iba a ser mi destino final.

Me informaron de que para acceder a esos estudios no valía el sistema habitual de integrarse en la Universidad, sobre todo porque en realidad el INEF de Madrid no era universitario. Para poder entrar tendría que pasar unas pruebas de acceso, a las que mucha gente se presentaba varios años seguidos hasta lograr el acceso o abandonar la idea. Yo nunca he sido un extraordinario deportista, pero sí alguien sumamente competitivo y bastó que algunos compañeros intentaran desanimarme, para que me lo tomara como si me fuera la vida en ello.

Me presenté en Madrid, la primera vez que salía de mi Alicante, me alojé en una pensión en la calle La Luna, paralela a la famosa Ballesta, y entre puticlubes y chaperos pasé los días necesarios para enfrentarme a mi gran prueba. Teniendo en cuenta que solo tenía dieciséis años y no conocía absolutamente a nadie en Madrid, podéis suponer que la estancia fue un tanto complicada. Los exámenes tipo test, los psicotécnicos y la prueba de idioma me resultaron sencillos y, llegaron las tan temidas pruebas físicas. Yo me enteré de las pruebas que había que hacer allí mismo. Ese año se había instaurado la diabólica prueba de mantener dos pelotitas en el aire con una mano. Imposible hacer un buen resultado sin haberlo entrenado ni una sola vez.

Me veía rodeado de físicos espectaculares de más de uno ochenta, deportistas de diversas selecciones españolas, y yo allí, en medio de todos ellos, lo cierto es que me impresionaba mucho. Y os voy a contar algo muy curioso de mi actuación en esas pruebas, quizás algún compañero de promoción aun lo recuerde.

Como os he comentado al principio los recursos económicos de mi familia eran muy escasos, con lo que me presenté a las pruebas calzando unas zapatillas viejas, con la suela totalmente lisa y mínima sujeción al pie. Yo miraba los pies de mis compañeros y veía Adidas, New Balance, J’Hayber, Asics y me quedaba asombrado… Una tarde practicando en el pabellón la prueba de las vallas y tratando de establecer una estrategia de circulación que me permitiera hacer un buen tiempo, me di cuenta de que con lo que me resbalaban mis viejas zapatillas iba a ser imposible; y se me ocurrió la brillante idea de quitármelas y ponerme magnesio en las sudadas plantas de los pies, vi que así no resbalaba y decidí hacerlo al día siguiente en la prueba.

El INEF os igualó a todos con las Adidas Diamant
Recordaréis que las pruebas duraban varios días y muchos éramos los que nos encaramábamos a las gradas a ver como lo hacía los compañeros/rivales para tratar de sacar conclusiones o algo que nos permitiera mejorar nuestras prestaciones. El día que tuve que hacer la prueba de las vallas, hubo un cierto murmullo de extrañeza entre el público al verme descalzar, murmullo que se tornó en admiración cuando logré el mejor tiempo de todos hasta ese momento. Pero mi sorpresa fue aún mayor cuando comprobé que al día siguiente casi una veintena de aspirantes de descalzaban para efectuar esa prueba, renunciando así a la seguridad a las prestaciones de sus flamantes zapatillas de primer nivel; eso se siguió dando hasta el último día de pruebas.

Mis buenos resultados me permitieron no solo acceder a la séptima promoción, sino que obtuve con ello una beca completa de residencia y estudios, que solo me duró dos años. Pero esa ya es otra historia…


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