viernes, 30 de septiembre de 2022

Guillermo Contreras. Ideología y deporte

 El componente ideológico del deporte. 

Personalmente me causó una honda impresión la reacción de los medios de comunicación y creadores de opinión cuando, a finales de los años ochenta, el deporte nacional se convulsionó por la muerte de Fernando Martín, un jugador de baloncesto que se incorporó a la M30 de Madrid a gran velocidad en un coche potentísimo perdiendo el control del vehículo, saltando la mediana e hiriendo de gravedad al conductor de un coche que circulaba en sentido contrario. Todo el mundo lloró la muerte del jugador y bien pocos señalaron críticamente cómo se produjo el accidente y bien pocos se acordaron de la otra víctima del accidente. Me causó una honda impresión y me marcó muchísimo. He tardado treinta años en compartirlo.


Artículo en El Viejo Topo ¿años 70?

¡El deporte no tiene ideología!, dijo con convicción el concejal de Izquierda Unida en un acto electoral con los partidos más representativos. ¡El deporte no tiene ideología!, suscribió con rotundidad el concejal del PSOE presente en la mesa. El auditorio por su parte daba muestras de compartir las declaraciones de los conferenciantes moviendo afirmativamente la cabeza de forma casi unánime.

En efecto, que el balón haya pasado o no la línea de gol, no tiene ideología, tampoco la tiene que el cronómetro se pare unas décimas de segundos antes o después, o que la cinta métrica marque 6,20 o 6,22, pero, cuando los niños y las niñas ven repetidamente el rostro sonriente de un deportista de élite con una camiseta marcada con el logotipo bien visible de una firma que confecciona sus productos en talleres insanos e inseguros en el sudeste asiático en los que trabajan hacinados centenares de trabajadores y trabajadoras sin derechos laborales y con retribuciones míseras, ahí sí aparece ya la ideología. 

También hay ideología, mucha ideología, cuando mientras en el campito de mi barrio juegan un partido de solteros contra casados esperando comerse después un buen plato de arroz, a varios miles de kilómetros de allí, en un emirato árabe reconocido por su falta de respeto a los derechos humanos, cuando no por sus prácticas genocidas, los equipos finalistas de una competición celtibérica juegan la final de alguno de los campeonatos nacionales. Hay ideología cuando en las gradas de un terreno de juego cualquiera, los padres de los equipos contendientes la emprenden a tortazos entre ellos, o cuando tuve que parar un partido de voleibol femenino de categoría alevín para pedir a la árbitra que impidiera que una de las entrenadoras tratara con gritos, con insultos y de forma despectiva… ¡a las jugadoras de su propio equipo! Y estoy seguro que todos hemos visto más de una vez a un padre, desde la banda, gritar violentamente a su propio hijo por haber cometido un error. Y qué decir de las competiciones planetarias en las que un grupo de conductores muy, muy bien alimentados cruzan el desierto subidos en sus potentes bólidos dejando a su paso multitud de desperdicios que los nativos se afanan en recoger una vez que el circo mediático ha pasado de largo y ya no hay cámaras para retransmitir al mundo sus desvelos.

Hay mucha, mucha, mucha ideología en el deporte, pero no se expresa de forma explícita, es totalmente subliminal, por lo que hace más daño. En la mano de nosotros y de nosotras, profesionales y vocacionales de la Educación Física está intervenir para desenmascarar todo este montaje y ofrecer otra perspectiva que permita que las personas con las que nos relacionamos puedan observar este fenómeno con otra mirada, crítica, personal, madura, constructiva.



Tenemos que evitar -o al menos intentarlo- que se presente el deporte a nuestros niños, niñas y jóvenes, todavía en proceso de formación en valores, referentes éticos muy pobres. Cuando eso es la norma puede acabar haciendo un daño irreparable.

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