Una experiencia de aprendizaje por interacción.
Preliminar.
Ahora debo cumplir ese compromiso y espero encontrar las palabras para describir el “aprendizaje interactivo por inmersión” más maravilloso que he tenido a lo largo de mi vida. Entiéndase que no es mi intención generalizar o hacer un relato histórico de aquellos años, simplemente contar mis sensaciones desde la distancia que nos da el tiempo.
El
contexto
Como casi todos, llegué a Madrid procedente de las provincias, con mucha ilusión y con perspectiva incierta. Eran tiempos de crisis. Sin embargo, me encontré con una sociedad llena de ilusión, sin miedo a la represión de una dictadura que agonizaba y con la convicción de que aquel cambio era irreversible. Los jóvenes ya éramos una causa perdida para la dictadura. No digo que pudiésemos orinar fuera del tiesto, aún estaban prohibidos los partidos políticos, existía el control del Ministerio de Información y los grises te daban con la porra, lo que digo es que el tiesto ya era demasiado grande. En ese entorno social me interesé más por el ambiente de cambio que por el debate ideológico, aunque de éste ya venía aprendido. Tenía la sensación de que mis absurdas teorías anarquistas podrían hacerse realidad en aquellos años de utopía y enorme ilusión.
En este contexto social iban a comenzar mis “estudios de INEF”. Un Centro ubicado dentro de un Campus Universitario, con instalaciones deportivas que nunca había imaginado, un hotel al que llamábamos Residencia y de profesores..., los referentes del momento. Un tipo de Salamanca que explicaba anatomía como nadie y algunos rarillos como el que tocaba el piano sin pulsar las teclas y al finalizar va y me pregunta: - ¿.., y tú que piensas? -. Aún estoy pensando la respuesta. En lo deportivo me encontré frente a un SEÑOR al que los suecos habían trasladado en el tiempo desde el siglo XVIII. Lo cierto es que el panorama era extraño, aunque pintaba bastante bien, sólo nos faltaba ser universitarios.
Pero esto no
era nada comparado con la impresión que tuve cuando os conocí a vosotros. Probablemente
el grupo más heterogéneo de gente maravillosamente rara que he conocido. No
entenderé nunca para qué se hacían aquellas tediosas pruebas de selección. Un
día de test psicológicos y otro de pruebas físicas para conseguir que todos
fuésemos diferentes, no lo entiendo. Con el tiempo he preguntado por este
enigma y no he encontrado respuestas. Probablemente fruto de una experiencia
del pensamiento freudiano del momento.
A partir de
este contexto social, académico, deportivo y humano surgirá el aprendizaje más
intenso y maravilloso que he tenido. Creo que, en aquel corto periodo de tiempo,
amplié mi horizonte a límites insospechados. Digamos que dejé de ser un cateto
de provincias.
El proceso.
En general,
yo diría que el proceso de convivencia y aprendizaje de aquellos tiempos estuvo
condicionado por el enfrentamiento entre los valores tradicionales que defendía
la dictadura y un renovado sistema de valores basado en algo tan utópico como
es la libertad. Creo que fuimos afortunados por haber compartidos aquellos
tiempos de cambio e ilusión. Fue una ruptura generacional.
Convertir la fiesta
oficial de despedida de la 5º promoción en una fiesta de disfraces; la
manifestación por Moncloa reclamando ser universitarios con todos los
privilegios que teníamos; el plante a profesores que defendían posturas
tradicionales de la gimnasia naturalista, o el encierro indefinido para
integrar a todos los centros y reclamar una licenciatura, pueden ser ejemplos
concretos de ese cambio de valores al que me refiero.
En este
proceso de aprendizaje pronto perdí el interés por los aspectos académicos. Con
algunas excepciones, en aquel profesorado había más ilusión que conocimientos.
Normal, nuestros estudios vivían una etapa pre-científica que se debatía entre la
especulación filosófica, representada por las teorías educativas o
psicomotricistas y la experiencia gremialista, representado por los diferentes
deportes. En mi opinión, de ese debate éramos más conscientes los alumnos que
los profesores. De hecho, me atrevería a decir que los cambios hacia la
concepción científica de nuestros estudios comienzan con la aptitud crítica e
inconformista de aquella época.
Tampoco me
interesó demasiado la trayectoria deportiva, tenía otras prioridades. Sin
embargo, de aquel SEÑOR llegado del Siglo XVIII, aprendí demasiadas cosas
buenas muy distintas de la esgrima que me enseñó a empujones. Valores,
educación y respeto que me han servido para tenerlo siempre en mis recuerdos. También
propició que seis de nosotros pudiésemos disfrutar de una estancia inolvidable al
sur de Suecia para hacer Mapas de Orientación. Por cierto, allí me detuvieron
en dos ocasiones por espía. Claro, es lo que pasa cuando te piden hacer mapas en
una base militar.
Sin darme estaba finalizando este peculiar proceso de aprendizaje y, como no podía ser de otra forma, se hizo con una traca final de acontecimientos que culminaron en un encierro indefinido donde reivindicábamos cambios en nuestro estatus profesional y académico. De aquel año no recuerdo en absoluto las asignaturas que tuvimos, ni creo haber conocido a los profesores que las impartían. Imagino que las aprobamos todos por incomparecencia. Aquellas reivindicaciones marcaron mi vida para siempre. A ellas me he dedicado.
Tengo que
finalizar, me había comprometido a una página y ya me he enrollado en exceso.
Sólo que queda daros las gracias a todos por haber sido lo más importante de
este insólito proceso de mis aprendizajes.
Un fuerte abrazo a
todos, nos vemos en Toledo.
Marcos Gutiérrez
Dávila
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