lunes, 17 de octubre de 2022

Antonio Sogorb. Lucha, y vive todo lo que puedas

 De rico a pobre en apenas unas horas

Aprender, conocer, amar, gozar, sufrir, trabajar, estudiar…, en resumen, vivir. En esto consistieron los seis años que pasé en Madrid desde mi ingreso en el INEF en 1973, hasta mi regreso a Alicante en 1979.


En ese transito tuve las vivencias (no siempre alegres) que atesoro. Son momentos únicos e irrepetibles, por las propias situaciones y, por supuesto, por la juventud y la poca experiencia de la edad.

Dónde viví y con quien

En septiembre de 1973, recalé en “La Resi”, de la calle El Greco, donde me instalé compartiendo habitación con Fernando Lopez-Ipiña Mattern y no fue solo habitación lo que compartimos, también noches en vela por sus continuas celebraciones de Rugby o por tener que estudiar, o ponerle petardos a la ventana de Beorlegui, o cualquier otra diablura que se nos ocurriese. En vez de moverme en el “46” hasta Moncloa y en el Metro a partir de allí, Ipiña me prestaba un raro ciclomotor amarillos que me permitió conocer Madrid. Al año siguiente seguí en la Residencia, pero con un compañero de la octava promoción, J.M Zambrana, hasta mi expulsión. Repetir segundo me hizo perder la beca y poner los petardos abandonar definitivamente la residencia.

De allí pase, junto con tres excompañeros de colegio de Alicante que hacían Aeronáuticos, ICAI y Navales respectivamente, a la calle Isaac Peral número 2 frente al Ministerio del Aire en Moncloa. Un piso de estudiantes regido por una bruja, la Sra. Lola, su indiferente esposo y sus dos hijas casaderas y bastante ligeras de cascos. Una etapa para olvidar por lo antipática, lo mal que cocinaba y lo poco que nos daba de comer. Solo duré allí un año y al siguiente me mudé, con dos de mis colegas alicantinos, a la calle Vallehermoso dieciséis, a otro piso de similares características, pero con una dulzura de señora aragonesa, de Bujaraloz, que cocinaba como los ángeles y nos trataba como a sobrinos. La cercanía de la ubicación al estadio Vallehermoso, a la discoteca Cerebro de Magallanes y a los patios de Aurrerá sumaba muchos puntos a favor, y estuve allí otros dos años.

Al acabar esa etapa inicié una nueva experiencia y alquilé un piso junto a José Luis Herrera, también de la octava promoción, con el apoyo económico de su hermano mayor y las continuas visitas de Benja Hernández Martín. Ese lugar estaba por la Vaguada y me obligaba a depender de una moto que compré a plazos y pagaba vendiendo sangre cada mes en el Instituto Nacional de Hematología, por mil pesetas. y un bocadillo. Me mantuve en ese piso un par de años. Iban por allí algunos compañeros, Jose A. Edo y compañeras en fiestas varias… pero eso ya es otro tema.

Después una pensión en Hortaleza, un piso en Alberto Alcocer con una… digamos novia poco recomendable, pasando a compartir piso de un amigo separado en Francisco Silvela ¡hasta que se reconcilió con su pareja! para acabar en un apartamento con un disc-jockey en General Mola y habiendo pasado por vivir tres meses en la oficina de una sala de fiestas en la que trabajaba.

 Que hacía y cómo me ganaba la vida

Algunos pensaréis que este apartado es absurdo, ¿Qué iba a hacer en Madrid? ¡Estudiar! No es tan sencillo.

Además de las asignaturas, que me llamaron la atención algunos deportes que desconocía. Abandoné el atletismo, el balonmano y me centré en el judo con Uzawa, yendo a los entrenamientos de la tarde y a sus seminarios de cultura oriental, el minitramp con el equipo que inició Fernando Vizcaíno con el objetivo puesto en la Gimnastrada de Berlín de 1976, la gimnasia deportiva con Fernando Bacher y parte del equipo nacional de Jesús Carballo, con los que hacía pandilla (Fernando Bertrand, Juanjo de la Casa, Gaby Calvo, Luismi Torres…) y, como no, el Esquí con el imborrable recuerdo del cursillo en Candanchú… ¡Qué de hostias me di con aquellos palos en los pies!

Fui un público asiduo de los miércoles atléticos del Palacio de los Deportes, de los partidos de rugby de Arquitectura y Cisneros, donde jugaban nuestros compañeros, de los partidos de balonmano en el Magariños para ver al Atlético de Madrid, d los memoriales Joaquín Blume de Gimnasia Deportiva en Barcelona y de cuantos campeonatos se disputaban, fueran del deporte que fueran, en Madrid.

A todas estas actividades lúdico-deportivas, hay que añadir las sesiones por los patios de Aurrerá con el Gatuperio a la cabeza y los minis en el Quinto Toro, o la “Leche de Pantera” del Chapandaz, en Altamirano, algún escarceo por los Cerebro de Magallanes, Princesa, o incluso Serrano con el “Flaco” Edo y Gaby de la sexta promoción… Pero eso deberían contarlo ellos mismos. Para cerrar noche el tugurio de Alberto Herrerías, el famoso “42” de Claudio Coello, santuario por excelencia de deportistas, porreros, compañeros, putillas y demás degenerados de la noche madrileña… Ahí comencé a “hacer carrera”.

Evidentemente todo ello implicaba disponer de medios y eso nos lleva la última parte de mi historia. Como ya he comentado en alguna ocasión, mi economía era muy escasa, por lo que, pese al esfuerzo y sacrificio que hacían mis padres, el dinero que me enviaban cada mes, apenas me duraban hasta el día siete o nueve de cada mes, el resto tenía que buscarlo por mi cuenta, y a fe que lo hice…

Grupo de minitramp

Yo llegué a la capital con dieciséis años para estudiar Educación Física y seis años después era relaciones públicas de la mejor discoteca de Madrid y jefe del departamento de promoción y publicidad de una cadena de hostelería. Entre una y otra situación hubo una gran cantidad de pasos previos, desde descargar camiones por las noches en el mercado de Legazpi a vender libros de Espasa Calpe, desde elaborar mapas de comercios por barriadas de Madrid a poner copas en algún pub de Aurrerá, desde rodar algún anuncio de TV a hacer de guardaespaldas en los primeros mítines políticos de la democracia, pasando por vigilante en puticlubes de la calle Ballesta y portero de una disco cutre de Vallecas. De forma esporádica también hice un par de sustituciones en un instituto de San Fernando de Henares, de socorrista en la piscina de alguna urbanización de lujo y, en las peores situaciones, pidiendo dos pesetas en la boca del metro de Argüelles o Callao. También vendiendo sangre cada mes o plasma en el “MKTplasto” del hospital Martínez Bordiú, dos veces por semana, hasta alcanzar una anemia que me obligó a retirarme a Alicante una temporada.

Todo esto, que me permitió vivir en Madrid, me aportó un bagaje de experiencias únicas y enriquecedoras que han marcado mi camino hasta ahora. Pasaba de rico a pobre en apenas unas horas, pero siempre mantenía lo que mi padre me inculcó desde bien niño “Hay que ser un luchador para que la vida no te venza y lograr tus sueños, lucha, y vive todo lo que puedas”.



2 comentarios:

  1. Jodo Antonio ...!!! Siempre se dice que la vida de cada persona da para una novela, pero la tuya sería premio Planeta -y estamos hablando de seis años...-

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    1. Pues espera que llegue el "Despues" que te va a impactar... Jejejejejeje...

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