viernes, 18 de febrero de 2022

Cuentos de Antes. Luis Antolín Jimeno


 Un salto que lo cambió todo

Tenía trece años, era curioso, formal, me aburría mortalmente en clase y no me interesaba nada de lo que era obligatorio. Pasaban los meses y los cursos sin que ningún educador o profesor se diera cuenta de que valía para algo. Y fue el profesor Luna, el de gimnasia, quien descubrió en mí una habilidad de la que no era consciente. El profesor ya se debía haber dado cuenta de mi habilidad para el salto, porque me pidió que probara a saltar longitud para formar parte del equipo de atletismo. Los alumnos mayores, tal vez los de quinto o sexto curso, excavaron un foso en la tierra arcillosa, un auténtico patatar, y trazaron una raya, amontonando arena, desde la que había que saltar. Sin protocolos ni rituales, corrí, salté y me pasé el foso precario en el que debía caer.

El día del campeonato en el estadio de Palomarejos de Toledo (un erial con anillo de atletismo de tierra arcillosa) había mucha presión. El Sr. Luna nos sacó a calentar (gimnasia al fin y al cabo ¡vaya obsesión!) a todo el equipo junto y, los alumnos de otros colegios nos abuchearon por chulos. Y llego el momento de saltar. Yo era muy delgadito y poquita cosa, los demás saltadores eran uno o dos años mayores que yo y Martínez, mi compañero de equipo, fornido. Los chicos que miraban, me abuchearon y se burlaron cuando me preparaba, pero cuando salté, se hizo el silencio y luego, al tomar tierra, hubo un murmullo de admiración. Recibí muchos parabienes por mi buen estilo, pero lo más importante fue aquel silencio cuando estaba en el aire. Siempre busco esa sensación, esa seguridad en mi razón y mis argumentos.

Con mis amigos y en el colegio todo seguía igual y ser el mejor saltador no me daba ningún derecho ni me ponía galones. En cualquier momento, un regate de la imaginación de Pablo, la provocación burlona de Juan o la mirada de Irene me hacían perder toda la seguridad que había depositado en mi habilidad deportiva y, sin embargo, aquel pequeño éxito y que alguien admirara mi habilidad para el salto, me cambió la vida.


(Este relato está contenido en Cuentosde un Zascandil. Luis Antolín Jimeno. Ed. Bohodon)

 

3 comentarios:

  1. Interesante historia, Luis. Muchas veces nos encontramos con un exalumnos que nos recuerdan con cariño y/o admiración. Es lo que queda de nuestro trabajo…

    ResponderEliminar
  2. Pues mira. Esa podría ser otra bonita historia, agradecimientos... No suelen ser muchos.

    ResponderEliminar
  3. Pues sí, Luis. Como mantengo alguna relación con parte de mi ex alumnado, siempre me llega algún comentario enriquecedor sobre mi trayectoria con ellos. Ayuda y alegra saber que influimos positivamente en su formación y posterior desarrollo como personas y buenos profesionales…

    ResponderEliminar