domingo, 7 de agosto de 2022

Diario de un mal corredor

 Hace mucho tiempo, alrededor de los sesenta años, me dio por correr. Siempre he sufrido mucho con la carrera continua y todas las modalidades de carrera, pero pensé que sería bueno para mi salud. Al final de cada salida tomaba unas notas breves de cómo me había sentido. Años después las organicé y las publiqué en mi Cuentos de un zascandil. Hoy me ha parecido divertido compartirlo con vosotros que seguramente sabéis de lo que hablo.

Cross universitario 1973


Veintitrés minutos

Primero fue el verbo, correr, después el tiempo, veintitrés minutos.

El verbo y el tiempo dibujaron un lugar. Veintitrés Minutos es un lugar.

Solo existe Veintitrés Minutos si lo recorro corriendo.

Corro veintitrés minutos, recorro Veintitrés Minutos, a pesar del sufrimiento.

La velocidad es importante, pero veintitrés minutos no es un récord.

Veintitrés Minutos es un lugar, V3

Veintitrés Minutos tiene calles, casas, paisajes.

Si el tiempo o la velocidad cambian tengo que cambiar la velocidad o el tiempo para que Veintitrés Minutos siga siendo el mismo lugar.

V3, el lugar, tiene caminos de este a oeste y mi sombra siempre va por delante o por detrás.

Si V3 está lleno de gente, es diferente.

El tiempo y el espacio que recorro describen mi esfuerzo. Algo cambia si al recorrer dos veces el mismo espacio tardo tiempos distintos. O si al correr dos veces el mismo tiempo, el espacio que recorro no es el mismo.

Si siempre es igual el espacio, la diferencia es el sufrimiento

***

Coplas del mal corredor

A los dos minutos creo morir y quiero volver,

pero sigo al tran tran.

A los cinco minutos creo morir y quiero volver,

pero sigo al tran tran.

A mi tranco he de volver al tran tran

a los once minutos

 para que sea V3 mi lugar diminuto

diminuto, diminuto, di minuto.

Si mi cuerpo no llama la atención

y tampoco miro al reloj,

Veintitrés Minutos es un lugar ¡virtual!

Si voy eufórico tardo veintitrés,

en recorrer V3

y sin euforia o corriendo al bies,

clavo lo mismo.

El tiempo y la velocidad dependen

¿De qué dependen? ¡del cuerpo!

Si en el mismo tiempo recorro menos espacio, pregunto a mi cuerpo la razón

Buena cabeza, malas piernas puede más que lo contrario.

Mi cabeza nunca quiere abandonar la estresante tarea rutinaria.

Desafío a mis tripas, a mi cabeza y a mis huesos. A ver cómo gestionáis esto. Pitos en el pecho, las piernas muy débiles y la cabeza como un bombo no son razones para detenerse.

Si mantengo la cadera alta resisto la desesperación.

Cae la cadera y el paso se hace pesado, quieres que la tierra te trague.

Si los hombros y la cadera se mueven con mecánica fluida puedo mirar veinte años atrás.

Cuanto todo va bien, el nervio ciático es un visitante indeseado.

La mala cabeza la sufre el corazón.

Las malas piernas las sufre el corazón.

El corazón, que noto dolorido, me cuestiona: ¿será bueno esto?

El corazón me dice 140 veces al minuto, pon, pon… No me pidas más.

No puedo discutir con mi corazón, que sabe de glorias pasadas.

Escucho todos mis relojes internos, el de sol, que me pone en contacto con la naturaleza, el mecánico, que impulsa mis mecanismos y el digital que traduce mi simple ser binario.

Ser ciudadano de Veintitrés Minutos requiere la adaptación orgánica a la carrera. Ya he asentado la condición necesaria.

Algunos días he corrido muy equilibrado.

A veces podría correr más y no quiero.

A Veintitrés Minutos le doy lo que consumo. Sin azúcar no tengo nada que dar.

La camiseta recoge de mí cuerpo lo que me sobra.

Me quito la camiseta al volver de Veintitrés Minutos y soy lo que queda.

No puedo habitar Veintitrés Minutos todos los días.

A veces no puedo más y no sé por qué, pero puede ser por cualquier razón a esta edad.

Corro constipado para ver si es bueno y no saco conclusiones. Luego floto en un mar de fiebre.

Vientre duro, tobillo dolorido y respiración en el cuello.

Necesito aire y mi asma recorta la entrada.

La respiración recortada no alimenta el músculo.

Me duele el estómago, tengo la tráquea cerrada… pero estoy bien

La respiración colapsada y el vientre en un puño.

Echo los hombros atrás buscando aire.

Los ejercicios de respiración mejoran mi aliento recortado por la emoción.

Respiro profundo y sin tropiezos.

Lo agradecerán los pulmones y tal vez el corazón.

Salgo con sacrificio, con dolor en la rodilla y después no me duele.

Con mucho frío y sufriendo como un animal durante veintitrés minutos.

Síntomas de calambre. Me pregunto si esto será bueno, a pesar del sufrimiento.

Duermo poco

estoy cansado

dolorido aburrido

torpe y abotagado.

Oda a las rodillas rotas

Por respeto a mis rodillas, veintitrés minutos nunca serán treinta

si mis rodillas no dicen nada no sé qué pensar

un pinchazo en la rodilla casi me hace caer. Entonces las escucho

mis rodillas dicen: aquí estamos, tenemos tu edad.

La rodilla atorada, apenas recuperado de una fuerte contractura en el gemelo, sin superar un ataque de alergia con fiebre, mocos en el cerebro, el estómago embotado, las costillas doloridas… y la necesidad insoportable de visitar V3.

Mis piernas y mi ansiedad deberían ponerse de acuerdo.

No me hace falta mirar mis piernas, ya sé que no son las de antes.

Si al parar, mis piernas no me sujetan ¿Con qué estaba corriendo? Las piernas no pueden con mi cuerpo, tal vez no debería haber corrido.

Ni la respiración ni las rodillas ¡es que no puedo con el cuerpo!

Pesado y torpe. Si hay que espicharla, esta es una posibilidad

Voy despacio y pesa…roso.

Estoy débil y no quiero salir, salgo y estoy débil.

Llevo días sin dormir y hace mucho calor.

Estrés, poco sueño y vientre hinchado

todo está atorado

salgo enfermo, oídos taponados

siento estar muy machacado.

Me acalambro y me duelen las torsiones y los giros.

Pongo de acuerdo cabeza, piernas, corazón y pulmones.

Con el permiso de lumbares, hombros, rodillas.

Jodido en todo lo funcional, las piernas no me impulsan y me duelen.

Si dejo de pensar en el cuerpo empiezo a pensar en mis problemas.

Que no voy a poder, digo, aunque sé que siempre que dudo voy a V3.

Con una voluntad que no tengo para casi nada, cambio siesta por carrera.

En Veintitrés Minutos he aprendido a no fiarme de mis sensaciones. Salgo derrotado y hago una excelente jornada.

Si no puedo más, cambio de dirección y entonces sí que puedo.

No sé cómo correr relajado.

Cago antes de salir y empiezo relajado y optimista.

Corro más cuando un semáforo me ladra.

La lectura de un libro sobre sufrimiento heroico me impulsa.

Ejercicio diario, no heroico, necesito.

Soy del agua y los baños me llenan de energía.

Me está salvando la cabeza. Estoy bien en Veintitrés Minutos si me distraigo pensando en el mar y el amor.

Tal vez haya dormido mejor, tenga menos estrés, el abdomen relajado, los estiramientos previos. Sé la razón cuando me va mal pero no me reconozco cuando todo va bien.

Llego de un viaje largo, voy a V3, quiero acelerar y no puedo.

Cuando voy peso mucho, peso menos cuando vuelvo, aunque duele más.

Ayer cumplí sesenta años y tengo la necesidad insoportable de hacer ejercicio.

¿Dónde están mis cuádriceps de velocista?

Desaparecido el músculo que impulsaba un cuerpo liviano, bastante hago con mantenerme en el camino.

Me veo como un anciano consumido que sigue corriendo.

Me viene bien la sensación de esfuerzo.

Dopado con Ventolín ¡Bah! 

llevo una tira en la nariz

para respirar ¡ni fu ni fa!

Tal vez me salve la vida ¡Ja, ja!

No es fuerza de voluntad lo que me mantiene en el camino, sino lo contrario, soy incapaz de abandonar una rutina, aunque duela.

Por primera vez noto que correr me cansa y afecta a mi trabajo y a mi atención.

Diez días de estrés, comida excesiva y beber demasiado.

Corro por la mañana temprano. Conforme, mucha energía buena.

Toda va bien. Tengo que controlar la euforia.

Cuando corro por la tarde, tarde, gasto energía finiiiita y duermo mal, estoy desasosegado, de sa so se ga do. De do ga sa so se. Ga so sa de se do. Se do sa de so ga. ¡De sedosa soga!

 

Calor, coches, gente, dolor…

El tráfico me marea y no consigo correr fluido. Los semáforos, el tráfico y la gente cambian Veintitrés Minutos.

Una mujer larguirucha me marca el ritmo y por seguirla ya no puedo volver al mío.

Intento seguir el paso de otro corredor y el dolor me mata.

Un mindundi de mi nivel, pero mayor que yo me adelanta al doble de mi velocidad. Le sigo tres pasos y creo morir.

Veo dos hombres que corren con paso corto y rápido que van hablando. Intento correr así pero no puedo.

Un tipo en bici, mientras sortea a los peatones por la acera, va gritando ¡La España de Filíiiipides!

Un perro huye de su dueño.

Unos bracos me atosigan con ladridos y dentelladas al tobillo.

Suciedad fundamental en los barrios que recorro.

Muchos bares patéticos y vacíos.

En la raya con Alboraya comercios cerrados para siempre.

En un descampado desangelado, una familia prepara un picnic junto a una charca donde

la rata parda caza la rana y

allá tras la valla la canalla danza la samba.

Corro enojado, porque en las elecciones ganan los malos, y se resiente mi rendimiento.

La carrera debe cesar.

Camino de Alboraya hay una bella vista de la huerta y más cielo del que puedo mirar.

Llegando a San Miguel, se recorta nítida la sierra Calderona y vuelo hasta sus picos: Oronet, Abelles, Garbí.

La luna creciente con Venus y Saturno de escolta.

Hay luna llena y se ve Júpiter reluciente.

Hay ponentá y mucho calor.

Bebo, me ducho y tiendo la camiseta.

Consigo mantenerme en Veintitrés Minutos, pero un día se terminarán mis carreras.

No creo que me queden muchas carreras.

Estas son mis últimas carreras.

Una idea me distrae en el camino: escribe lo que corres

Luis Antolín Jimeno

 







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