Hace mucho tiempo, alrededor de los sesenta años, me dio por correr. Siempre he sufrido mucho con la carrera continua y todas las modalidades de carrera, pero pensé que sería bueno para mi salud. Al final de cada salida tomaba unas notas breves de cómo me había sentido. Años después las organicé y las publiqué en mi Cuentos de un zascandil. Hoy me ha parecido divertido compartirlo con vosotros que seguramente sabéis de lo que hablo.
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Cross universitario 1973 |
Veintitrés minutos
Primero
fue el verbo, correr, después el tiempo, veintitrés minutos.
El
verbo y el tiempo dibujaron un lugar. Veintitrés Minutos es un lugar.
Solo
existe Veintitrés Minutos si lo recorro corriendo.
Corro
veintitrés minutos, recorro Veintitrés Minutos, a pesar del sufrimiento.
La
velocidad es importante, pero veintitrés minutos no es un récord.
…
Veintitrés Minutos es un
lugar, V3
Veintitrés
Minutos tiene calles, casas, paisajes.
Si el
tiempo o la velocidad cambian tengo que cambiar la velocidad o el tiempo para
que Veintitrés Minutos siga siendo el mismo lugar.
V3, el
lugar, tiene caminos de este a oeste y mi sombra siempre va por delante o por
detrás.
Si V3
está lleno de gente, es diferente.
El tiempo
y el espacio que recorro describen mi esfuerzo. Algo cambia si al recorrer dos
veces el mismo espacio tardo tiempos distintos. O si al correr dos veces el
mismo tiempo, el espacio que recorro no es el mismo.
Si siempre es igual el espacio, la
diferencia es el sufrimiento
***
Coplas del mal corredor
A los
dos minutos creo morir y quiero volver,
pero
sigo al tran tran.
A los
cinco minutos creo morir y quiero volver,
pero
sigo al tran tran.
A mi
tranco he de volver al tran tran
a los
once minutos
para que sea V3 mi lugar diminuto
diminuto,
diminuto, di minuto.
Si mi
cuerpo no llama la atención
y
tampoco miro al reloj,
Veintitrés
Minutos es un lugar ¡virtual!
Si voy
eufórico tardo veintitrés,
en
recorrer V3
y sin
euforia o corriendo al bies,
clavo
lo mismo.
El
tiempo y la velocidad dependen
¿De
qué dependen? ¡del cuerpo!
Si en el mismo tiempo recorro menos
espacio, pregunto a mi cuerpo la razón
…
Buena cabeza, malas piernas
puede más que lo contrario.
Mi
cabeza nunca quiere abandonar la estresante tarea rutinaria.
Desafío
a mis tripas, a mi cabeza y a mis huesos. A ver cómo gestionáis esto. Pitos en
el pecho, las piernas muy débiles y la cabeza como un bombo no son razones para
detenerse.
Si
mantengo la cadera alta resisto la desesperación.
Cae la
cadera y el paso se hace pesado, quieres que la tierra te trague.
Si los
hombros y la cadera se mueven con mecánica fluida puedo mirar veinte años
atrás.
Cuanto
todo va bien, el nervio ciático es un visitante indeseado.
La
mala cabeza la sufre el corazón.
Las
malas piernas las sufre el corazón.
El
corazón, que noto dolorido, me cuestiona: ¿será bueno esto?
El
corazón me dice 140 veces al minuto, pon, pon… No me pidas más.
No
puedo discutir con mi corazón, que sabe de glorias pasadas.
Escucho
todos mis relojes internos, el de sol, que me pone en contacto con la
naturaleza, el mecánico, que impulsa mis mecanismos y el digital que traduce mi
simple ser binario.
Ser
ciudadano de Veintitrés Minutos requiere la adaptación orgánica a la carrera.
Ya he asentado la condición necesaria.
Algunos
días he corrido muy equilibrado.
A
veces podría correr más y no quiero.
A
Veintitrés Minutos le doy lo que consumo. Sin azúcar no tengo nada que dar.
La
camiseta recoge de mí cuerpo lo que me sobra.
Me
quito la camiseta al volver de Veintitrés Minutos y soy lo que queda.
No
puedo habitar Veintitrés Minutos todos los días.
A
veces no puedo más y no sé por qué, pero puede ser por cualquier razón a esta
edad.
Corro
constipado para ver si es bueno y no saco conclusiones. Luego floto en un mar
de fiebre.
Vientre
duro, tobillo dolorido y respiración en el cuello.
Necesito
aire y mi asma recorta la entrada.
La
respiración recortada no alimenta el músculo.
Me
duele el estómago, tengo la tráquea cerrada… pero estoy bien
La
respiración colapsada y el vientre en un puño.
Echo
los hombros atrás buscando aire.
Los
ejercicios de respiración mejoran mi aliento recortado por la emoción.
Respiro
profundo y sin tropiezos.
Lo
agradecerán los pulmones y tal vez el corazón.
…
Salgo
con sacrificio, con dolor en la rodilla y después no me duele.
Con
mucho frío y sufriendo como un animal durante veintitrés minutos.
Síntomas
de calambre. Me pregunto si esto será bueno, a pesar del sufrimiento.
Duermo poco
estoy cansado
dolorido aburrido
torpe y abotagado.
Oda a las rodillas rotas
Por
respeto a mis rodillas, veintitrés minutos nunca serán treinta
si mis
rodillas no dicen nada no sé qué pensar
un
pinchazo en la rodilla casi me hace caer. Entonces las escucho
mis
rodillas dicen: aquí estamos, tenemos tu edad.
La
rodilla atorada, apenas recuperado de una fuerte contractura en el gemelo, sin
superar un ataque de alergia con fiebre, mocos en el cerebro, el estómago
embotado, las costillas doloridas… y la necesidad insoportable de visitar V3.
Mis
piernas y mi ansiedad deberían ponerse de acuerdo.
No me
hace falta mirar mis piernas, ya sé que no son las de antes.
Si al
parar, mis piernas no me sujetan ¿Con qué estaba corriendo? Las piernas no
pueden con mi cuerpo, tal vez no debería haber corrido.
Ni la
respiración ni las rodillas ¡es que no puedo con el cuerpo!
Pesado y torpe. Si hay que
espicharla, esta es una posibilidad
Voy
despacio y pesa…roso.
Estoy
débil y no quiero salir, salgo y estoy débil.
Llevo
días sin dormir y hace mucho calor.
Estrés,
poco sueño y vientre hinchado
todo
está atorado
salgo
enfermo, oídos taponados
siento
estar muy machacado.
Me
acalambro y me duelen las torsiones y los giros.
Pongo
de acuerdo cabeza, piernas, corazón y pulmones.
Con el
permiso de lumbares, hombros, rodillas.
Jodido
en todo lo funcional, las piernas no me impulsan y me duelen.
…
Si dejo de pensar en el
cuerpo empiezo a pensar en mis problemas.
Que no
voy a poder, digo, aunque sé que siempre que dudo voy a V3.
Con
una voluntad que no tengo para casi nada, cambio siesta por carrera.
En
Veintitrés Minutos he aprendido a no fiarme de mis sensaciones. Salgo derrotado
y hago una excelente jornada.
Si no
puedo más, cambio de dirección y entonces sí que puedo.
No sé
cómo correr relajado.
Cago
antes de salir y empiezo relajado y optimista.
Corro
más cuando un semáforo me ladra.
La
lectura de un libro sobre sufrimiento heroico me impulsa.
Ejercicio
diario, no heroico, necesito.
Soy
del agua y los baños me llenan de energía.
Me
está salvando la cabeza. Estoy bien en Veintitrés Minutos si me distraigo
pensando en el mar y el amor.
Tal
vez haya dormido mejor, tenga menos estrés, el abdomen relajado, los
estiramientos previos. Sé la razón cuando me va mal pero no me reconozco cuando
todo va bien.
Llego
de un viaje largo, voy a V3, quiero acelerar y no puedo.
Cuando
voy peso mucho, peso menos cuando vuelvo, aunque duele más.
Ayer
cumplí sesenta años y tengo la necesidad insoportable de hacer ejercicio.
¿Dónde
están mis cuádriceps de velocista?
Desaparecido
el músculo que impulsaba un cuerpo liviano, bastante hago con mantenerme en el
camino.
Me veo
como un anciano consumido que sigue corriendo.
Me
viene bien la sensación de esfuerzo.
Dopado
con Ventolín ¡Bah!
llevo
una tira en la nariz
para
respirar ¡ni fu ni fa!
Tal
vez me salve la vida ¡Ja, ja!
No es
fuerza de voluntad lo que me mantiene en el camino, sino lo contrario, soy
incapaz de abandonar una rutina, aunque duela.
Por
primera vez noto que correr me cansa y afecta a mi trabajo y a mi atención.
Diez
días de estrés, comida excesiva y beber demasiado.
Corro
por la mañana temprano. Conforme, mucha energía buena.
Toda
va bien. Tengo que controlar la euforia.
Cuando corro por la tarde, tarde, gasto energía finiiiita y duermo mal, estoy
desasosegado, de sa so se ga do. De do ga sa so se. Ga so sa de se do. Se do sa
de so ga. ¡De sedosa soga!
Calor, coches, gente, dolor…
El
tráfico me marea y no consigo correr fluido. Los semáforos, el tráfico y la
gente cambian Veintitrés Minutos.
Una
mujer larguirucha me marca el ritmo y por seguirla ya no puedo volver al mío.
Intento
seguir el paso de otro corredor y el dolor me mata.
Un
mindundi de mi nivel, pero mayor que yo me adelanta al doble de mi velocidad.
Le sigo tres pasos y creo morir.
Veo
dos hombres que corren con paso corto y rápido que van hablando. Intento correr
así pero no puedo.
Un
tipo en bici, mientras sortea a los peatones por la acera, va gritando ¡La
España de Filíiiipides!
Un
perro huye de su dueño.
Unos
bracos me atosigan con ladridos y dentelladas al tobillo.
Suciedad
fundamental en los barrios que recorro.
Muchos
bares patéticos y vacíos.
En la
raya con Alboraya comercios cerrados para siempre.
En un
descampado desangelado, una familia prepara un picnic junto a una charca donde
la rata parda caza la rana y
allá tras la valla la canalla danza la
samba.
Corro
enojado, porque en las elecciones ganan los malos, y se resiente mi
rendimiento.
La carrera debe cesar.
Camino
de Alboraya hay una bella vista de la huerta y más cielo del que puedo mirar.
Llegando
a San Miguel, se recorta nítida la sierra Calderona y vuelo hasta sus picos:
Oronet, Abelles, Garbí.
La
luna creciente con Venus y Saturno de escolta.
Hay
luna llena y se ve Júpiter reluciente.
Hay ponentá y mucho calor.
Bebo,
me ducho y tiendo la camiseta.
…
Consigo
mantenerme en Veintitrés Minutos, pero un día se terminarán mis carreras.
No
creo que me queden muchas carreras.
Estas
son mis últimas carreras.
Una idea me distrae en el camino:
escribe lo que corres
Luis Antolín Jimeno
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