domingo, 20 de noviembre de 2022

Fernando París. Músico, misionero o bombero.

 El autobús Valencia - París

En una escena de la película de Woody Allen “Match Point” una pelota de tenis toca en la red, sube vertical un metro y a cámara lenta desciende dejando al espectador unos segundos en vilo sobre el campo en el que, al final, aterrizará. De caer a un lado, la vida de los jugadores será de una manera, de caer al otro, será distinta … como la vida misma.  Otra película, “Dos vidas en un instante” (Sliding doors), muestra qué puede ocurrir cuando la protagonista – Gwyneth Paltrow- entra en el Metro en el que se desplaza a trabajar y sigue la vida normal y rutinaria o, un segundo antes, se cierran las puertas, pierde el tren y ocurre algo fortuito que cambia su vida radicalmente.

Este ejemplo sirve para ilustrar cómo fue, en mi caso, pero probablemente en el de otros muchos compañeros, la decisión, la oportunidad o la carambola de entrar en el INEF en 1973 …

La elección de estudiar en el INEF en esa fecha tenía un componente vocacional inmenso, indiscutible, difícilmente repetible hoy en día en la mayoría de las personas que se incorporan a estudios similares … Los que podían “estudiar” -que eran muy pocos en España todavía- se orientaban, primero, a carreras aceptadas socialmente e integradas en la Universidad -ser universitario era entonces un estatus social, no lo olvidemos-; en segundo lugar, a permanecer en sus lugares de residencia o en las ciudades más cercanas; y una minoría pudiente, a desplazarse a centros privados de elite o en el extranjero. Estudiar en el INEF en 1973, pudiendo estudiar otras cosas más serias en tu ciudad o en la capital de provincia o región, era una provocación… y estoy seguro que, para muchas de nuestras familias, una decepción.

¿Qué factores, elementos, circunstancias o situaciones se dieron para que tomásemos esa decisión …? Yo voy a intentar resumir las mías…

Doy por supuesto que hay factores que fueron comunes en todos nosotros: por ejemplo, el amor al juego y al deporte, el haber pasado miles de horas jugando en la calle -nosotros fuimos la última generación que, realmente, hizo de la calle un campo de futbol, una pista de atletismo o el teatro de otros juegos, siempre físicos y algunos brutales o arriesgados-; o la influencia familiar, en mi caso con un padre campeón de Aragón de 400 m. en 1934 (En la foto Manuel París Helios, 1934), seleccionado para la fallida Olimpiada popular de Barcelona de 1936; o un hermano mayor corredor de 800 m. que para mi era una referencia; y el amor al atletismo... A todos nos pasaría lo mismo, en uno u otro deporte, porque nosotros íbamos al INEF por el deporte, lo de la educación física de base y la expresión dinámica fueron descubrimientos posteriores.

En mi caso se añadieron dos elementos complementarios, vinculados al atletismo: primero, darme cuenta de que no era un deportista “bueno”, que no llegaría nunca a ser campeón de nada…; desde los trece o catorce años supe que no iría a unos JJOO -o a un campeonato de España- en mi vida. El segundo elemento era que, sin embargo, me gustaba mucho el entrenamiento y el participar con dieciséis años el curso de Monitor nacional de Atletismo en mi ciudad me supuso una satisfacción enorme y el descubrimiento de que eso me gustaba y no se me daba mal, entendía las cosas …  Si no podía ser buen atleta, podría ser buen entrenador.

1973, el año clave…


En el Instituto Goya de Zaragoza era habitual que en el cuarto curso de bachillerato -trece años- nos sometieran a unas pruebas de aptitud profesional o vocacional, para orientarnos hacia la continuidad de los estudios en el bachillerato superior -y luego la Universidad-; o, por el contrario, al mundo del trabajo -bien en la formación profesional o directamente al mundo de los “aprendices” en un oficio. Hace tres años, y en la obligatoria y no siempre agradable tarea de limpiar armarios cuando tus progenitores fallecen, encontré la evaluación que el Instituto especializado Icsa-Gallup hacía para mi futuro en un informe fantástico, donde tres recomendaciones destacaban: músico, misionero o bombero. Pensando en las razones de esa previsión, las dos primeras podrían tener sentido: entonces estudiaba solfeo y piano en el conservatorio -que abandoné con la presión de la reválida-; cantaba en la escolanía de los claretianos, donde me dieron la escuela primaria antes de ir al Instituto y ayudaba en tareas parroquiales -en aquella época yo podría haber sido beatificado sin ninguna duda-; y lo de bombero, nunca lo entendí.

Pero bastantes cosas cambiaron en los siguientes cuatro años, y 1973 -y sobre todo, el verano- fue determinante.

El llamado Curso de Orientación Universitaria -COU- que hicimos bastantes de quienes entramos en la 7ª promoción lo finalicé con buenas notas en junio de ese año, con una orientación hacia los estudios de Medicina en la Universidad de Zaragoza. El Inef estaba ahí, pero era un sueño inalcanzable -por la dificultad de acceso y por el esfuerzo económico inicial que suponía estudiar fuera, incluso ir a Madrid a hacer el examen-. Ser el primer hermano que podía estudiar, y además Medicina, pesaba mucho.  

Pero dos circunstancias de distinta naturaleza se interpusieron en ese camino lógico: en primer lugar, mi padre me obligó a presentarme a unas oposiciones a “botones” del Banco de Vizcaya -para quienes vivieron la guerra y la posguerra con dificultad, ser trabajador de un banco era mejor que ser funcionario-: pasé los dos primeros exámenes y, cuando debía de afrontar el tercero y definitivo, la pelota dio en la red, subió y cayó en el lado bueno para mí. El padre de un amigo nos había conseguido un trabajo de verano en unas granjas avícolas e incubadoras en la Bretaña francesa; nos tratarían como si fuéramos su familia, nos dejaban una casa, nos pagarían muy bien y con contrato y seguro, perfeccionaríamos el francés, viajaríamos, veríamos París … Una oportunidad irrechazable para los diecisiete años que tiró por tierra las esperanzas familiares de empezar la carrera de banquero desde el humilde puesto de botones.

Y fue ese viaje a la Bretaña francesa el que determinó el que me presentara al Inef. Ayudó a tomar la decisión y, sobre todo, permitió generar los ingresos para no tener que pedir ayuda a la familia…


Una noche en el autobús Valencia – París.

La decisión la tomé en una noche de verano, en un autobús. La mejor opción para ir a Bretaña desde Zaragoza era coger el autobús de línea Valencia –París  (sí, había un autobús todos los días …!!!), y luego varios trenes; y  las doce de la noche de un caluroso día del final de julio cogimos ese autobús. Con diecisiete años y muchas ganas de aventura.

En el autobús conocimos a dos chicas mayores de Valencia – diecinueve o veinte años- con quienes entablamos enseguida conversación. Una de ellas, una tal Carmina -esos nombres no se olvidan nunca- estudiaba Educación física en un sitio que se llamaba La Almudena en Madrid; era el Inef de chicas, me dijo … Y lo que me explicó de las asignaturas, las prácticas, las actividades, la Ciudad Universitaria, el ambiente, el Inef de los chicos y sus instalaciones  y la pasión que ponía en ello debió de hacer mella en mí porqué esas fueron las horas que me hicieron tomar la decisión de mi elección profesional, que si no es la más importante de la vida, lo parece o se acerca a ella.  Además, Carmina era entonces la novia de un atleta de nivel nacional de 800 m., rival de mi hermano, recién egresado del Inef de Madrid, a quien yo conocía de referencias, un tal Vicente … (un referente nacional e internacional en la gestión de los eventos deportivos, con quien he colaborado profesionalmente y a quien considero ahora uno de mis mejores amigos, aunque no nos veamos mucho; pero esa es otra historia).

En el pueblo en el que estuve trabajando en la Bretaña francesa había una pista de atletismo con aparatos de los que ahora llaman calistenia (se llamaba antes así?) y allí estaba yo con mis amigos todas las tardes, después de trabajar, entrenando para las pruebas físicas.

Trabajamos un mes, cobramos 1.000 francos nuevos (13.000 pesetas de entonces); vivimos ese tiempo en casa prestada, viajamos a París unos días y con el dinero restante pude pagarme los cuatro días -en dos viajes- del examen de ingreso en Madrid.  Recibir la famosa carta de admisión -que creo que todos recodamos con emoción-, lograr la beca del entonces Patronato de igualdad de oportunidades y bajar desde el metro de Moncloa la cuesta de Juan de Herrera a la residencia un domingo por la tarde, directo hacia las putas novatadas, vino ya todo seguido …  

 Epílogo.


Carmina es Catedrática de Escuela universitaria de la Universidad de Valencia y una experta en didáctica de la educación física, con numerosas publicaciones en su haber; en las tres o cuatro veces que debimos coincidir en la actividad profesional en más de cuarenta años, creo que nunca le dije lo que ella había influido en mi decisión profesional -quizá no he sido consciente hasta ahora, en que uno tiene más tiempo para pensar …-; decisión profesional de la que, creo que como la mayoría, no solamente no me arrepiento sino que me ha hecho sentir privilegiado por trabajar en una actividad y en un sector  -en mi caso, en el deporte y en su organización- que produce buena gente …

 

Fernando París Roche

Noviembre 2022

1 comentario:

  1. Muy interesante Fernando, y muy enriquecedor. El Vicente del que hablas creo que es un buen amigo mio con el que comparto Junta directiva de la FACV desde hace ya bastantes años...

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